viernes, 23 de noviembre de 2007

Siendo shorizo

Esta semana han existido 2 acontecimientos, uno que me afecto mucho directamente y otro que no me afecto en nada que me han hecho pensar en que es ser Shoro. Porque claro, entre nosotros, ser shoro es algo importante...

Quién toma ma'

Quién tira la lapa ma' lejos

Quién no se hecha para atras cuando te ofrecen un cacho

Quién dice pelotudeces sin motivo, sin razón

Quién fuma ma'

Quién se droga ma'

Quién roba ma'

Quién se viste mas' 'shoro'

Quién se pitea a otro, asi nomás, cual piñata

...Retumban cesos...

Todas estas cosas que son factibles de ver en cualquier plaza de santiago a la hora que usted "le ponga"

Tan importante es que uno de cauro shico piensa que hay que ser shoro, si total si no eri shoro... ¿quién erí?

Ahora voy a ir a la plaza aca en mi casa, un lugar que debería ser tranquilo, y en general lo es, pues es "acomodado", pero eso no significa que no hayan quienes quieran ser shoros. Hay uno en especial que se ha farreado la oportunidad que le han dado los amigos de acogerlo, de tener donde comer, donde estudiar y donde dormir... que hiso el? Se fue a meter con los que se creen shoros, porque el viene de donde si no eres shoro te meten una puntada.

¿Como convences a alguien tan equivocado de lo paupérrimo de su dirección?

¿Quién es el pollo ahora?

martes, 20 de noviembre de 2007

Yo, armo tanquecitos ¿Y que?

Desde chico he sido víctima de los deseos de mi padre de seguir siendo niño, pero claramente no del “niño tipo” de mi generación, sino de la suya, pues todo lo que no sea de su generación: música, libros, películas, etc. es desechable.

Nunca he sido una persona ávida por recibir regalos, pero debo reconocer que una vez sentí la necesidad imperiosa de poseer algo a toda costa y lo hice saber, ese artefacto es algo que todos nosotros “niños aún” de mi generación conocemos: un “Transformers, ta tan tan ta taaa”. Fue la serie de moda y el regalo añorado de todo niño en el año 1991.

Y heme ahí, bajo el árbol de navidad. Había una caja, un paquete para mí, era del porte necesario para llevar a mi imaginación a Megatrón. Mi padre miraba con cara de orgullo y felicidad, siempre le ha gustado regalarnos cosas a todos, claro, dentro de lo posible, para lo que alcance el bolsillo ese momento y porqué no decirlo, sus ansias de poseerlo. Y cuando lo abrí me di cuenta que no era un Transformers, no era de esos que tenían mis primos y un amigo luego en las visitas de rigor de navidad.

Mi regalo era un A-10 Thunderbolt a escala, más conocido por su apodo de Jabalí, a los que en algo se han fijado en películas de la guerra del Golfo y sucesivas, o quizás en el War-Channel (Porque de ‘History’ tiene poco). Todavía me es difícil entender cómo mi padre dejó caer en mis manos, con una fe ciega, tal artefacto recién a mis 6 años de edad.

Cuando vi la caja fue amor a primera vista, de hecho perdí cualquier intención de tener un Transformers. Que vá’, para que quiero un Transformers si puedo armar mi avión caza tanques yo mismo. Obviamente tal tarea fue realizada con la impaciencia y torpeza correspondientes a la edad, pero eso no importó, con ese regalo mi padre cumplió su tarea: Hacerme al interés de cualquier artilugio de guerra, luego en especial de la 2ª Guerra Mundial y con una preferencias propia de que fueran Alemanas, preferencia por la que he sido criticado bastantes veces por otros ajenos al tema, no entienden y no entenderán.

¿Cómo un niño de 6 años con su Transformers en la mano, otro que juega a la pelota todo el día a los 12 años y el que toma desgarbadamente todos los días de la semana ya entrado en edad, han de entender que yo sea capaz de pasar horas sentado, solitario, silencioso, con mi cajita, mi plano, mis pinturas, un olor horrible a diluyente y pegamento? Sólo uno que se quede pegado al menos 15 minutos en la Galería España al pasar por la Juguetería Alemana, lo entiende.

Fui contagiado con las aventuras de infancia del niño que creció con ese fragmento de la humanidad, para el que las guerras mundiales fueron inocentes jugarretas de unos años atrás, las bombas atómicas una curiosidad y un Sherman el vehículo favorito para irse a la escuela: El Transformers de la época. Ya crecido cambian un poco estas perspectivas.

Hay algo que sí que es rescatable de este quehacer de armar tanquecitos, uno aprende bastante con el tiempo, tomándole el gusto a la historia en general, más allá de los llamativos artilugios de la época que sean, lo que le otorga una gran ventaja frente a los increíbles Transformers. Además pudo unir los gustos de un padre y un hijo, aunque el padre por no tener la práctica ni la paciencia cultivada de poder hacerlo desde pequeño no comparta el tiempo del armado. Eso sí, todavía no me doy por vencido en convencerlo.